A lo largo del tiempo he descubierto —y tratado de corregir— muchas cosas que considero son defectos de personalidad, de entre los cuales puedo mencionar que me cuesta mucho trabajo ser creativo cuando me encuentro en tan buen estado anímico —gracias a ella, a quien le dedico esta blasfemia poco romántica, pero con todo mi corazón y admiración—.
Para mí es muy sencillo caer en una zona de confort, y mi lema personal de vida es:
La comodidad es peligrosa.
Empiezo a dar cosas por sentadas, creer que soy lo que no soy y en general, todas esas lindas cosas que el exceso de ego tiene que ofrecer. Eso no me gusta en lo absoluto, y sin embargo, me descubro cayendo en ese vicio constantemente. Al menos soy consciente de ello y trato de corregir lo que no me gusta de mi persona, pero no por presiones externas, sino porque no quiero esa experiencia en mi vida. Es un tema complicado, pero es ineludible si buscamos ser mejores ante nosotros mismos, y tal vez, sólo tal vez, estar mejor con los demás, o al menos con aquellos que tanto presumimos amar.
El proceso de auto-conocimiento generalmente es muy áspero, te obliga a cuestionar cada faceta de tu vida, cada reacción ante determinada situación, el cómo ves las cosas y cómo te ves a ti mismo, a tu personaje dentro de ese escenario llamado realidad. He descubierto que no es fácil para nadie y que incluso existen personas que están negadas total y absolutamente a romper las mentiras que han formado sobre su persona, sobre ese falso concepto que creamos para evadir, a como de lugar, nuestros defectos, colocándonos como víctimas, pero únicamente de nuestra propia condición ante la crítica, para proteger esa débil burbuja que nos protege de la verdad, señalando con el dedo a los demás. Hay personas que pueden vivir una mentira toda su vida para después, sorprenderse cuando cae el telón, las máscaras desaparecen, la música ha callado y ya no hay a quién culpar.
¡Demos pues un fuerte aplauso al culto a la falsa identidad!
¿Hay alguien que promueva estos espejismos? Y de haberlo, ¿qué ganan esos entes perversos con ello? Bueno, los beneficios de tener a una sociedad dividida peleando por estupideces es evidente, donde cada bando cree tener la verdad última, la que es innegable e incuestionable, pasando de largo el hecho de que es únicamente la diversidad, la entropía, la que dota de perfección a la naturaleza, de la que no somos ajenos. Desgraciadamente también existen los que se escudan detrás de la diversidad y la tolerancia para cometer todo tipo de tropelías y perpetuar conductas que tan dañinas son para todos; personas con identidades artificiales, prefabricadas, hechas a la medida, reguladas.
Soy totalmente Palacio.
Para este, su clavado bloguero, la mercadotecnia es uno de los cánceres más peligrosos de la actualidad y los mercadólogos, sus sicarios más efectivos. Estos promotores de mentiras, sin oficio ni beneficio real fuera del sistema capitalista, se encargan de crear un vacío emocional, conceptos y aspiraciones con las cuales las personas son bombardeadas a todas horas y por todos los medios posibles para que las alcancemos a cualquier costo, con talento o sin él, con esfuerzo o en ausencia del mismo; no importa, hay que llegar a cualquier costo, así se trate de un barranco con el logotipo de Apple. La propaganda es efectiva, y no sólo terminamos comprándonos los objetos materiales y los servicios anunciados, sino la idea completa.
El paraíso está a tu alcance para que lo consumas
Se valen de métodos —como la sugestión— comparables a los utilizados en los supuestos regímenes totalitarios, en los que la mayoría cree que no vive. ¿El fin? Crear una identidad artificial, adecuada y asequible en distintos estratos sociales a la cuál aspirar. ¿Qué tan efectivo es? Bueno, basta ver la pareja de telenovela que gobierna a nuestro país, México, y en general, el cómo la política se vale de anunciar a sus candidatos como conceptos, no como propuestas reales de gobierno. Después de todo, nuestra primera dama es una ex-estrella de la televisión y nuestro presidente un galán de alberca.
¡Ódiame más!
El tema del deporte competitivo es algo que personalmente me raya el disco, pero cultivemos el sentido de pertenencia para lucrar con ello. Lo hago sonar casi tan vil como la Iglesia, ¿no? Pinche exagerado, dirán. Ciertamente, la definición de deporte que da la RAE no especifica que para la realización de esta actividad sea necesaria la competencia, y de entre todos los deportes que la promueven, el fútbol es algo que en verdad me repugna, y por favor, antes de usar el tan gastado argumento de la tolerancia, permítanme establecer mi punto. Comenzaré citando un fragmento de la columna de Guillermo Fadanelli, del diario mexicano El Universal:
[…] el futbol lo puede ser todo, desde una religión hasta un mercado ambulante: y también una manera de quedar atrapado en las redes de los pescadores de almas y dinero.
¿Qué esperan estas personas más allá de que la selección gane un partido o un torneo? La demencia se ha instalado en los estadios, en buena parte debido a que los espectadores son consecuencia de una vida pública frustrante cuyas victorias o alegrías son tan escasas que los oportunistas pueden obtener de ello un máximo beneficio: Te prometo en el cielo del futbol lo que en la tierra no se te cumplirá. […]
-Guillermo Fadanelli
En ese sentido no tengo mucho más qué aportar, pero es evidente que para muchas personas el deporte competitivo es más que simple entretenimiento, y aclaro, no me refiero a todas las personas, pues la generalización es un pecado que trato de no cometer. Tampoco se trata de venir aquí a decir que el deporte competitivo debe ser erradicado porque a mí y otro cierto número de personas no nos agrade; mis argumentos —y los de muchas otras personas— no son tan frívolos como aparentan. No se trata de agredir ni sentirse agredidos por tener gusto por estas actividades, pues la práctica de la misma incluso es saludable, pero el fanatismo desbordado, su utilización como herramienta para distraer de temas que en verdad son relevantes para la comunidad, la propia actitud de muchísimas personas que con gusto caen ante los encantos del comportamiento esperado, olvidando el compromiso y responsabilidad propios y para con sus semejantes, es lo que nos indigna a muchos.
Como no seas inversionista o accionista mayoritario del equipo de tu preferencia, o en la federación que representa a tu país, no veo tu beneficio, y el que ganen o pierdan no cambia ni un centímetro tu realidad, entonces, ¿por qué darle tanta importancia? Aquí en México llegamos al colmo de encontrar aficionados a uno de los quipos más odiados de nuestro país, y no por su destacable desempeño deportivo, sino porque el propietario de dicho equipo es uno de los hombres que ha sumido en la mentira e ignorancia a generaciones enteras; hablo de Emilio Fernando Azcárraga Jean, presidente de Grupo Televisa y dueño del Club América de fútbol cuyo lema, irónicamente, es Ódiame más. Valemadrismo y descaro puro que a nadie, o casi a nadie parece importarle, especialmente cuando en nuestro país se pretende aplicar el I.V.A. a alimentos y medicinas y a Televisa se le condonan cantidades estratosféricas de impuestos. Vaya, que si además de vestir esos lindísimos colores de transexual de carnaval que este equipucho ostenta, te identificas con estas lacras, en verdad que el enemigo de la nación eres TÚ. Pero qué hacer si con una pierna el señor Lionel Messi nos asombra con sus capacidades deportivas y con la otra evade impuestos en una de las naciones más duramente azotadas por las crisis económicas: España. No parece haber mucha empatía en ese espejo en el que decidimos comprobar nuestro reflejo, pero el deporte por si mismo no es el problema, sino la sociedad en la que vivimos, que propicia los abusos sobre personas que carecen de información, volviéndolas vulnerables y que si son mayoría, nos arrastran a todos, parejo, al agujero que han cavado mediante la ferrea tenacidad de su indiferencia.
El Rock no morirá jamás.
Nada mejor que explotar la necesidad de identidad que un grupo de adolescentes para contagiar la necesidad de competencia en actividades en las que no es necesaria, como en las artes, pero en particular, la música. Me apena tanto reconocer que la tribu urbana, sub-cultura, o como la quieran llamar, con la que más me identifico, sea tan ególatra, discriminatoria y altanera: Los metaleros y/o rockeros. Honestamente me aterra cómo muchos de nosotros pegamos de gritos ante cualquier falta o crítica a nuestro estilo de vida, pero no caemos en la cuenta de que somos uno de los grupos más ortodoxos que pueda haber.
No hay mejor género que el rock/metal. Su música es de maricas. No hay nada como una chica metalera/rockera. Pfff… por dios, ¡relájense! Si tan bueno es nuestro mundo, ¿por qué la necesidad de justificarlo?
Les contaré una cruel y dura realidad: Somos un grupo de inestables emocionales con aires de grandeza… ¡justo igual que los demás! ¿Por qué crear divisiones imaginarias entre ellos y nosotros? Muchos por acá no se pueden parar en una iglesia porque se sienten muy satánicos y odian todo lo que la iglesia pueda representar, pero me atrevo a asegurar que la mayoría lo hace sin tener bases sólidas para justificarlo.
Somos una copia, de la copia, de la copia, que aprendió de otra copia que se sentía tru-metalero/rockero que aborrece a Metallica por comercial y glorifica a cualquier pinche banda que no puede convocar la conciencia o emociones de más de veinte personas en un recital, ¿y porqué? Simple: Porque alguien más lo dijo. ¿Dónde quedó nuestro puto criterio? Hacemos exactamente lo mismo que cualquier extremista religioso, ¿pero nos cagamos en dios y en sus seguidores? Así de coherentes somos.
¿Qué caso tiene seguir un falso sentido de superioridad de identidad? Absolutamente todos en este mundo somos el mismo actor representando el mismo papel, pero en distintos escenarios. El orgullo precede a la caída, decía mi viejo, George Carlin.
¿Eres realmente lo que crees que eres por convicción propia, o el simple desecho que se deja llevar por las aguas negras de tus prejuicios, mentiras y expectativas?
— LvyZ